viernes, 15 de octubre de 2010

¿Cinco por cinco? *

I. De la periferia
Hace tres años y medio que volví a vivir a mi casa de Atizapán, en la Zona Metropolitana de mi querido DF. Hace tres años y medio que me la paso quejándome de lo fea que es esta región, de lo mucho que amo la gran urbe. Hace el mismo tiempo que cada diciembre digo "ahora sí, este año que viene me mudo a la ciudad".
Sucede que ayer, mientras subía hacia mi casa (sí, una de las tantas diferencias con el DF es que aquí no es un valle; hemos poblado los cerros con montones de casas grises, las más, blancas, amarillas, moradas, naranjas, azules. Desde mi cuarto se ve una, en la colonia de a lado, roja con una coca-cola gigantesca pintada junto a la ventana) me di cuenta de lo mucho que estaba disfrutando llegar a mi espacio. Contemplé las lucesitas de los varios cerros que ya se empezaban a encender, esquivé los baches de siempre, le gané a los trailers que cuando frenan tardan tanto en volver a acelerar, abrí la ventana del coche y no olía a basura (olía a estiercol), aspiré profundamente y dije "¡oh! qué bella es la vida en los suburbios".


II. El ombligo
Hace mucho tiempo escribí que sentía un gran hueco en el ombligo y que había intentado rellenarlo con piedras, pero éstas sólo lo hicieron más grande. Así fue mi sentir. No sabía que era tan sencillo de llenar con algo mucho más hermoso: panes. Panes, panes y más panes. He horneado chiquitos, grandotes, blancos, quemados, chuecos, redondos, cuadrados, integrales, dulces, salados.
No me di cuenta de cómo llegué ahí. Hacer panes me ordenaba todo por dentro así que continuaba horneando más y más. Simplemente sucedió que un día ya me salían suficientemente buenos como para venderlos. Probé afuera de la Corpus Cristi (iglesia diseñada por Barragán en Las Arboledas, famosísima para el que guste de la arquitectura), pero no me cayeron tan bien las beatas jetonas. Entonces decidí ir a vender a mis vecinos.
Por supuesto que como buena vecina que odiaba su colonia y siempre se la pasaba en el centro o sur de la ciudad me di cuenta que no conocía a nadie (a excepción de los changos y los norteños, pero eso no cuenta porque no puedo distinguirlos entre ellos: ni a los changos, ni a los norteños). Claro que esta situación no me limitó. Me bañé, me puse mis mejores ropas y mis zapatos más cómodos y me fui a recorrer mi calle tocando de puerta en puerta a ofrecer un rico pan casero.
Lo que resultó después de tres semanas de venta, además de las ganancias, fue que conozco ahora a casi todos mis vecinos (los buena onda, los mala onda, los gorditos -clientes seguros- y los payasos que se ponen a dieta) y los vecinos me conocen a mí. Me gusta. Me gusta saber los nombres y rostros de los que por aquí habitan. Las casas-fortalezas con interphone se volvieron lugares cálidos. Y mi casa solitaria, el número tres, donde da vuelta la calle, la de la jacaranda y el tope, se volvió una referencia bonita: la casa de la niña que hace el pan.
(Sin comentarios: soy taaaaaaaaaaaaan traga-años, benditos genes)

III. La fuerza centrípeta
Es extraño como después de tanto tiempo siento este arraigo por mi casa. Justo ahora que todos se van. Primero mis papás al norte, luego Tere a Italia, después Ani a Alemania y ahora Lucy a Italia también. Chía gruñó, giré a verla y le dije "Chii, tú y yo, como debió ser". Se sentó y me dio la pata, creyendo que le iba a dar de mi desayuno. (Tomaré eso como un sí, pensé).
Ahora ya no puedo esperar para que llegue diciembre. Todos estarán de regreso y yo tendré el honor de recibirlos, de decorar la casa, de hornear mucho para que esté calientita. Siempre fui la de enmedio, pero apenas ahora me doy cuenta de mi función, de mi lugar al estar en el centro y al quedarme en el mismo punto.
Estoy emocionada por este invierno. El frío y la casa sola ya no me asustan.
Todo a partir del pan.

IV. Una rolita de Natalia:


*R= ¡Navidad!...Cinema Paradiso, ¿qué pasó, cinéfilos?

viernes, 10 de septiembre de 2010

Sol de otoño

Siempre me causó una especie de escalofrío. Será el anuncio, como casi una advertencia, de que se acerca el fin de otro año. No estoy segura de donde venga esa sensación, pero respirar la luz de otoño siempre tuvo en mí el mismo efecto.
Hoy no dejo de relacionarla con la muerte de mi abuelo que, a diferencia del tiempo, llegó sin previo aviso.
La gente grande deja huecos enormes. No hay duda de eso.

Siento mucho la pérdida de la familia Guerrero. Las quiero y les mando un abrazo hasta donde esté cada una.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Sobre las cosas a las que renuncié...

(...las que se fueron solas, las que se fueron acompañadas, las que desee que volvieran, las que olvidé que se hubieran ido, las que llegarán y las que -eventualmente- regresarán)

Uf. Ópera en vivo de fondo. Y una que espera no hacer más drama del necesario. Pero así no se puede.
Hace apenas unos días me di cuenta que mi cuerpo se sentía enfermar por cualquier mínimo esfuerzo extra que realizara, como pararme pararme media hora antes, dormirme una después, nadar una vuelta más en la alberca. Hoy por fin encontré la causa: tesis. O mejor dicho casi-fin-de-tesis. Lo que en un par de años no logré, éste por fin está llegando a su conclusión. Y junto con siete dichosas impresiones he de entregar a La Esme un montón de cosas que me he rehusado a dejar ir. Por miedosa, por terca, porque no sé con qué se llenarán mis cajones una vez que estén vacíos o cómo he de ordenar las cosas que sí se han de quedar.
Es todo un tema: ¿cuál es el lugar de las cosas? No quiero que me suceda como con la caja de negativos, por ejemplo, que he tenido a mitad de mi cuarto por dos años o más, tanto así que olvidé que estorbaba el paso y poco a poco acostumbré a mi cuerpo a rodearla.
Todo fuera como mover una caja, pero ¿qué sucederá con mi cuerpo cuando no tenga caja que rodear? ¿Acaso mis pasos serán más felices? ¿O todo lo contrario?

En alguna película no tan buena, cuyo título no recuerdo:
-Look, there's this guy.
-Oh, there is always a guy.


Mi prima sabiamente dijo la otra noche: "hay que aceptarlo, hay gente de la que simplemente vas a estar enamorada, siempre".
No es que todo el drama se trate de una persona. No temo decir que son varias (aplausos) y, bueno, además La Foto*. Algunas que todavía me hacen temblar al nombrarlas. Y vaya que las nombro. Y vaya que ocupan espacio en mi cajón.
Aunque sea una característica imperativa, no debería ser el objetivo de las cosas sólo el ocupar un lugar en el espacio, como tampoco el de la gente sólo permanecer ahí. Como diría Martin "la cosidad de la cosa", "la utilidad de la obra de arte". Además de estar en un pedestal, en un clavo en la pared, en una caja empolvada, ¿de qué más vas a servir, cosa?
¿O de verdad tengo lugar suficiente, corazón tan fuerte, ovarios tan grandes como para permitirles quedarse dentro como si fuera esto un gran estacionamiento?
¿Cuál es el debido lugar de las cosas?

*Sobre La Foto próximamente un texto aparte.




"Mudanza", 2006.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Cosas que no recomiendo hacer a las 3 AM

Ver tele local
Comer fruta fresca
Aspirar la alfombra
Escuchar a Benny Ibarra
Contar números primos
Depilarse la ceja
Esperar en un aeropuerto
Sacar dinero de un cajero
Terminar una carpeta para el fonca
Percatarse de que la impresora no tiene cartuchos
Ordenar ese cajón al que siempre se teme
Contestar a la pregunta "¿qué voy a ser cuando sea grande?"
Buscar una foto que estoy segura que tenía en ese cajón al que se teme
Encontrar la foto
Volver a esconderla en un nuevo sitio
Hacer un vaciado en resina
Asar chiles
Perder un lente de contacto
Leer a Deleuze
Deshacer un nudo apretado
Salir a prender el boiler del agua
Escuchar a Caló
Llegar a la terminal del norte
Hacer listas...

lunes, 30 de agosto de 2010

Antes de que se acabe agosto

Y llegó el clima de otoño -en agosto- con tanta prisa, mucho antes de lo que esperaba. Amé este verano. Más de lo que pude expresarlo, fugaz como se fue, así lo amé.
Gracias mil a quien corresponda.

jueves, 29 de julio de 2010

Antes de que se acabe julio

Él me dio una caja nueva. Tiene una flor pintada.
No sé si sabía que era justo como la que me hacía falta.
Está lista para llenarse de cosas aún desconocidas.


lunes, 26 de julio de 2010

Canción para día nublado

Había que ponerle un espacio en este blog a esta canción que me encontré dentro de una caja ahora vieja. Es linda.
Favor de adelantar hasta el minuto 1:40.

viernes, 16 de julio de 2010

Conjuro para quitar la sed

Santo Señor de las Aguas
ve y quita tu paraguas,
que llueva, por compasión,
pura agüita de limón;
que caiga una agua endulzada
pero que sea limonada
-y no como el otro día,
que llovió jugo de sandía-.
¡Quítame de este desierto!
¡Duérmeme si estoy despierto!
Abracadabridacabra
remójame la palabra.
¡Ándale, no te hagas maje,
dile a la lluvia que baje!


Poemas de Juguete de Antonio Granados.

La banca estaba caliente

Al fin, el texto que cierra el libro que constituye mi tesis (a menos de que cambie de opinión en las próximas horas). Ahora nada más me falta terminar el texto que lo justifica. Pffff...Se los dejo aquí, está muy ad hoc con la región, aunque tal vez sería lindo ver todo el libro completo. De alguna forma, ahí la llevamos.
¡Vamos, tesis, vamos!


La banca estaba caliente.

(Alguien, quien aseguró verlo, escribió que el desierto era un niño llorando.)

Lloró tanto que ahora estaba seco y quieto.
Por eso no lo reconocí.
Tampoco él a mí. En cambio me nombró “la loca de la cajita”.
Sobre la banca encontré un lugar para mis piedras dentro de la mochila y partí.

(Otro le respondió que el tiempo no cambia de lugar. Tenía razón.)

Los zapatos apretados. Las llaves de mi padre cuando volvía de trabajar.
El olor a carne asada. Mi madre gritando “la ropa” cuando empezaba a llover. Lucía y Ana debajo de una cobija:

las hojas en blanco
las lagartijas en la mano
las nubes corriendo
el sol derritiendo una crayola azul
los closets eternos
los bailes en el pasillo
el olor a tierra mojada
las piedras entre los dientes
Carmen buscando tarántulas
las cajas de cartón
las carreras de tortugas
los pasteles de fresas
los paseos al videocentro
las gorras de baño
los cuentos de marcianos y frutas doradas
las clases de inglés
los pepinos cocidos
la limonada caliente
resbalar con calcetines
los días de pic-nic
las cosquillas de catarinas
la barda que mandaron pintar
la pared que tapizaron
la que se quedó igual
el autobús tres
la ventana por donde nadie pasaba
la manguera verde
el arcoris bajo la manguera verde
las cheeseburgers
los domingos
las seis de la tarde

jueves, 15 de julio de 2010

Habitar...sin miedo

Hablaba hace unos días con una gran amiga, que estudia la maestría en una pequeña ciudad del Reino Unido, sobre sus posibilidades de radicar allá indefinidamente; los pros y los contras. Ella dijo: es tan fácil vivir acá, es que aquí sí puedes habitar realmente. Viniendo de una arquitecta especializada en urbanismo decidí tomar muy en serio su opinión.
(Como me escribió otro querido amigo: back to before, de vuelta a lo mismo tema de siempre).
Cavilaba qué tan difícil resultaba habitar un lugar tan inhóspito, como el desierto para unos o el DF para otros, en mi caminata vespertina.
Salí por el pan. La panadería: a 2 kilómetros de la casa de mis padres (uno de ida y otro de regreso). No sé cuántos grados, la resolana a todo lo que daba, piedras, lagartijas, hormigas y una que otra troca con trabajadores que aparentemente no habían visto a una mujer así de guapa en shorts (aplausos).
De pronto escuché pasos detrás de mí e inmediatamente giré para asegurarme que no corría peligro. Instinto defeño. Era una persona que también había escogido viajar a pie y que me rebasó ágilmente al notar mi desconfianza.
Habitar, me pregunto cómo es que el miedo hace inhóspito o no un lugar, si el miedo frustra mi deseo de habitar, como ya lo he permitido tantas veces. Y ni siquiera tiene que ver con estar en un lugar inseguro. La misma noche de ayer no pude dormir en la comodísima cama que me han prestado mis padres, más grande incluso que la mía, en este lugar absolutamente tranquilo (quizá el más de todo el norte gracias a que el gobernador es priísta y tiene un suegro supuestamente narco). No pude dormir porque tenía miedo. Tenía miedo del silencio. De dormir sola en una casa protegida por alarma. Tenía miedo de que la alarma se activara por un descuido mío en medio de tanta calma y que no pudiera dormir el resto de la noche.
Considero que el verbo “dormir profundamente” pertenece al conjunto de “habitar”. También saborear ricamente, contemplar por la ventana, limpiar, caminar descalza, hornear, leer, caber, acariciar, ordenar, desordenar, reordenar, regar, regresar del pan, encontrar las cosas en la oscuridad, pegarse en el dedo chiquito del pie, compartir té y correr por la ropa del tendedero cuando otro grita “está lloviendo”.
Entonces seguí caminando, ligeramente avergonzada de mi reacción ante el sonido de unos pasos que no eran los míos, preguntándome cuándo iba a darme la oportunidad de habitar (completamente), cuando encontré una piedrita blanca con verde grisáceo. Debajo estaba un insecto que asustado corrió a buscar otra sombra. La tomé y guardé en mi bolsillo, donde ya guardaba otras 6 diferentes. Regresé a casa, comí pan con leche, acicalé mis nuevas piedras y me puse a escribir.
“Encontrar un lugar para las piedras” debería estar en la misma lista también.
Una canción del disco que se quedó en el auto de mi madre.
No se aceptan comentarios negativos de Rosana, tengo la impresión de que ella sí que sabe disfrutar de la vida. O de qué otra manera se justificaría su gordura.

lunes, 12 de julio de 2010

Superficies rugosas

Me he quedado sin palabras. La tesis no sale, ni cualquier otra cosa que tenga que ver con escribir. Tengo una bola de sensaciones atoradas en la punta de la lengua. Bonitas, raras, nuevas, emocionantes, sosas y conocidas. Pero -sobretodo- rugosas, tanto que no fluyen. Esta tarde en mi frustración me puse a humear entre los libros de mi mamá y, como siempre me sucede, encontré la opción justa. Claudia Berrueto con su Polvo doméstico.

Casa

Aquí me machuco los dedos, parto velozmente la carne, cuelgo la ropa en cuerdas de alta tensión, abro las ventanas y las cosas perdidas vienen a mi encuentro.

Aquí aprendí a alterarme las pestañas con una cuchara vieja para cargarlas de nylon frente a los espejos, a esconderme bajo los sillones para evitar palizas. Aquí cambié de nombre, comí pastel con restos de números de cera y tendí mi brazo para inyectarme curas temporales; aprendí a bailar y a recibir parientes embalsamados por manos extrañas, aquí abracé a mis abuelos y lloré hasta el desmayo.

Aquí duermo con la imagen de un mar que me cubre.
Aquí nombro cosas que la muerte no entiende.

Aquí canto en mí.

lunes, 28 de junio de 2010

Una vez

(ya sé que no he escrito aquí nada últimamente. Culpen a la tesis. Dejo aquí algo de Wenders. Por favor disculpen mi mala traducción del inglés)

Una vez vi a un hombre en el Aeropuerto La Guardia de Nueva York cargando un niño pequeño en sus hombros. Estaba rodeado de maletas. Era el inicio de la temporada vacacional y el aeropuerto estaba atiborrado de gente. El hombre era realmente alto, su cabeza y hombros sobresalían de todos los demás. Gritaba el nombre de su esposa, primero hacia un lado y luego hacia el otro, esperando alguna respuesta. Pero no hubo ninguna.“¡Diane!”
El niño sobre sus hombros se sujetaba con temor de la cabeza de su padre. Se veía exhausto.
Caminé entre la multitud a la otra terminal hasta llegar a una sala de espera idéntica a la primera, igualmente colmada de personas que salían de vacaciones.
En medio de la muchedumbre estaba una mujer con un niño sobre sus hombros. También ella estaba rodeada de maletas. El niño que cargaba estaba durmiendo. Era la imagen viviente del primer niño, su hermano gemelo. Incluso estaba vestido de la misma forma.
La mujer gritó “¡Richard!”
Yo traté de llamar la atención de la mujer elevando mis manos sobre la masa, señalándola a ella y después indicándole donde había visto a su esposo y al gemelo.
Ella volteó hacia donde yo estaba pero no me vio. Llena de pánico continuó gritando el nombre de Richard.
Yo tuve que irme.
Por supuesto que no tomé ninguna foto, pero ellos dos se han arraigado a mi memoria como si los hubiera fotografiado. Estas dos fotos del Aeropuerto La Guardia las tomé en otro momento, a la memoria de Richard y Diane.





Wim Wenders. Once. Schirmer Art Books

domingo, 30 de mayo de 2010

Ellos

él me preparaba huevos cocidos y té negro para el desayuno
él me seguía por esa calle larga cuando le pedía que se fuera
él sonreía con el sol
él me brazaba las piernas para que no me lastimaran las puertas del microbus
él me traía litchis
él tenía brazos enormes y ojos de mar
él se vestía de amarillo
él tenía dos lunares en el cuello como mordida de vampiro
él me regaló un anillo y me pidió que nos casáramos
él tomaba ice combinado de limón y cereza
él no podía estar con la tele apagada
él fumaba mucho y después no
él tomaba café negro por la mañana y luego decía "ahhh"
él escuchaba el mismo disco de Neil Young todas las mañanas
él me cantaba esa canción de los Beatles
él llegaba tarde con frecuencia y muchas veces no llegaba
él inventaba las mejores historias sobre letras que cobraban vida y vivían grandes aventuras
él preparaba chocolate con agua
él olía siempre bien
él manejaba un mustang del 77
él me llamaba por mi nombre cuando nadie más podía pronunciarlo
él amaba los cinnabons
él decía que yo era rara
él me hacía reir como nadie
él no me dio su teléfono
él me hacía temblar
él me compartía de su torta y yo de mi lunch
él me llevó al mar más hermoso que he visto
él se había ido cuando voltée hacia atrás
él usaba botas y cinturón
él era dulce por dentro y dulce por fuera
él jugaba maquinitas
él tenía un padre y un hermano más guapos que él
él me compraba cosas caras
él me compraba cosas chiquitas y bonitas
él se quedaba cayado y yo sabía exactamente lo que significaba
él podía andar en bici sin tomar el manubrio
él traía pizza y película para cenar
él nunca me regaló flores
él me regaló un fósil
él apareció un 14 de febrero junto con una manita de la suerte que decía "el amor anda cerca"
él decía que yo estaba bien horneda y él a medio hornear y que sus lunares eran de chocolate
él me llevó al puerto
él me pidió que no me fuera
él también
él no dijo nada
él tampoco
él no se quedó

viernes, 28 de mayo de 2010

Para grabar en mi pared

Los filósofos que han especulado sobre la significación de la vida y el destino del hombre no han notado lo suficiente que la naturaleza se ha tomado la molestia de informarnos sobre sí misma. Ella nos advierte por un signo preciso que nuestro destino está alcanzado. Ese signo es la alegría. Digo la alegría, no digo el placer.
El placer no es más que un artificio imaginado por la naturaleza para obtener del ser viviente la conservación de la vida; no indica la dirección en la que la vida es lanzada. Pero la alegría anuncia siempre que la vida ha triunfado, que ha ganado terreno, que ha conseguido una victoria: toda gran alegría tiene un acento triunfal.
Ahora bien, si tomamos en cuenta esta indicación y si seguimos esta nueva línea de hechos, hallamos que por todas partes donde hay alegría, hay creación: más rica es la creación, más profunda es la alegría.


H. Bergson

jueves, 13 de mayo de 2010

La imagen arde

Porque la imagen es otra cosa que un simple corte practicado en el mundo de los aspectos visibles. Es una huella, un rastro, una traza visual del tiempo que quiso tocar, pero también de otros tiempos suplementarios -fatalmente anacrónicos, heterogéneos entre ellos- que no puede, como arte de la memoria, no puede aglutinar. Es ceniza mezclada de varios braseros, más o menos caliente.
En esto, la imagen arde. Arde con lo real al que, en un momento dado, se ha acercado (como se dice en los juegos de adivinanzas "caliente" cuando uno se acerca al objeto escondido). Arde por el deseo que la anima, por la intencionalidad que la estructura, por la enunciación, incluso la urgencia que manifiesta (como se dice "ardo de amor por vos" o "me consume la impaciencia"). Arde por la destrucción, por el incendio que casi la pulveriza, del que ha escapado y cuyo archivo y posible imaginación es, por consiguiente, capaz de ofrecer hoy. Arde por el resplandor, es decir por la posibilidad visual abierta por su misma consumación: verdad valiosa pero pasajera, puesto que está destinada a apagarse (como una vela que nos alumbra pero que al arder se destruye a sí misma). Arde por su intempestivo movimiento, incapaz como es de detenerse en el camino (como se dice "quemar etapas"), capaz como es de bifurcar siempre, de irse bruscamente a otra parte (como se dice "quemar la cortesía"; despedirse a la francesa). Arde por su audacia, cuando hace que todo retroceso, que toda retirada sean imposibles (como se dice "quemar las naves"). Arde por el dolor del que proviene y que procura a todo aquel que se toma el tiempo para que le importe. Finalmente, la imagen arde por la memoria, es decir que todavía arde, cuando ya no es más que ceniza: una forma de decir su esencial vocación por la supervivencia, a pesar de todo.
Pero, para saberlo, para sentirlo, hay que atreverse, hay que acercar el rostro a la ceniza. Y soplar suavemente para que la brasa, debajo, vuelva a emitir su calor, su resplandor, su peligro. Como si, de la imagen gris, se elevara una voz: "¿No ves que ardo?".


Georges Didi-Huberman.

martes, 6 de abril de 2010

OTRO LUGAR (BIS)

La primera vez que un navegante divisó en el horizonte un territorio extendido frente a las costas de la actual Sinaloa, en 1534, pensó con seguridad que se trataba de una isla. Fortún Jiménez, quien formaba parte de la tripulación en el segundo viaje de exploración enviado por Hernán Cortés a la Mar del Sur (ahora Océano Pacífico), después de amotinarse y matar al capitán de su barco cambió el rumbo del viaje, separándose de la otra nave enviada, y fue así como llegó las playas de Baja California, justo donde hoy se encuentra la ciudad de La Paz. Sin embargo, poco después de haber desembarcado, y debido al abuso de mujeres así como al saqueo que los marinos llevaron a cabo, hubo un violento enfrentamiento con los nativos en donde Fortún y otros de sus compañeros murieron, aún bajo la creencia de que habían descubierto una nueva isla. Así lo muestran algunos de los primeros mapas del nuevo continente en donde aparecía aquella recién descubierta tierra completamente rodeada por agua.

Se le nombró California, según algunos historiadores, en relación a una famosa novela de caballerías de la época llamada Las Sergas de Esplandián, como una burla a Cortés a raíz de su fracaso en el tercer viaje de exploración que él mismo realizó, cuando trató inútilmente de establecer una colonia en esas tierras que por Cédula Real le pertenecían. En la novela había una isla, la más fuerte de todo el mundo, llena de oro y playas rocosas, poblada por amazonas y donde ningún hombre tenía permitido vivir, que se llamaba, precisamente, California.*

Ésta es la historia del nombre de la calle en que la habité mis primeros 9 años de vida, misma que desconocí hasta hace muy poco y que me ha llevado a una serie de reflexiones pertinentes para el tema que me compete.

Imagino la frustración de Cortés después de invertir cantidades enormes de dinero en tres viajes de exploración hacia un territorio completamente desconocido; aventurándose, como tantos otros exploradores de antaño, a lo ignoto en el tiempo en que los viajes se realizaban antes que el mapa.

Eso debería ser lo que constituyera a un verdadero explorador: aquél que dibujara el mapa con su recorrido. Ese que descubre una isla, ese otro que después de bordear toda la costa encuentra que en realidad se trata de una península. Ese para quien no hay un camino ni destino fijo, sólo territorio y tiempo y todo lo que pueda suceder en medio.

Ahora bien, es importante recordar que quienes realmente trazaban los mapas oficiales eran los cartógrafos, pero la labor de los exploradores era básica, aún cuando se limitara a aportar información que los primeros iban incorporando en su representación del mundo. Su memoria -prodigiosa, imaginativa, parca o borrosa- fue sobre la que se construyó nuestra idea de mundo, así como la de los reyes que nunca conocieron su imperio y la de todos los demás que por una u otra razón no tuvieron o tuvimos la oportunidad de darle la vuelta, de cruzar todos sus mares, de recorrer cada territorio, bordear todas y cada una de sus costas para comprobarlo;
antes de que la aventura se volviera un deporte y la naturaleza un escenario, (…) antes de que los cinturones de seguridad sonaran cuando no están abrochados (…) antes de que googlear se convirtiera en un aspecto de la conducta humana. En los viejos tiempos en que cada segunda persona no era un héroe y cada tercera no era una víctima y cada cuarta no estaba estresada, antes de que tuviéramos una identidad en línea (...) antes de que el nitrógeno líquido se usara para hacer helado instantáneo, antes de que pudieras obtener un expreso en Hamburgo o Milwaukee. Cuando la comida Thai era exótica y el colesterol era sólo una palabra usada para jugar Scrabble (…)**


Sí, de cierta forma aquellos exploradores trazaron los mapas.

* es.wikipedia.org
**Philippe Parreno y Rirkrit Tiravanija. Del soundtrack original de Stories are Propaganda. 2005. 35mm/DVD, 8mn40

domingo, 21 de marzo de 2010

Hace mucho tiempo que yo no:



-Veía florear a la jacaranda
-Comía en el jardín con lucy
-Iba al cine sola
-Lavaba mi coche
-Retomaba mi gusto por la repostería
-Extrañaba tanto a mis amigos
-Añoraba un día de campo
-Iba a un museo
-Deseaba que sonara mi teléfono por la noche
-Escribía en este blog