domingo, 30 de mayo de 2010

Ellos

él me preparaba huevos cocidos y té negro para el desayuno
él me seguía por esa calle larga cuando le pedía que se fuera
él sonreía con el sol
él me brazaba las piernas para que no me lastimaran las puertas del microbus
él me traía litchis
él tenía brazos enormes y ojos de mar
él se vestía de amarillo
él tenía dos lunares en el cuello como mordida de vampiro
él me regaló un anillo y me pidió que nos casáramos
él tomaba ice combinado de limón y cereza
él no podía estar con la tele apagada
él fumaba mucho y después no
él tomaba café negro por la mañana y luego decía "ahhh"
él escuchaba el mismo disco de Neil Young todas las mañanas
él me cantaba esa canción de los Beatles
él llegaba tarde con frecuencia y muchas veces no llegaba
él inventaba las mejores historias sobre letras que cobraban vida y vivían grandes aventuras
él preparaba chocolate con agua
él olía siempre bien
él manejaba un mustang del 77
él me llamaba por mi nombre cuando nadie más podía pronunciarlo
él amaba los cinnabons
él decía que yo era rara
él me hacía reir como nadie
él no me dio su teléfono
él me hacía temblar
él me compartía de su torta y yo de mi lunch
él me llevó al mar más hermoso que he visto
él se había ido cuando voltée hacia atrás
él usaba botas y cinturón
él era dulce por dentro y dulce por fuera
él jugaba maquinitas
él tenía un padre y un hermano más guapos que él
él me compraba cosas caras
él me compraba cosas chiquitas y bonitas
él se quedaba cayado y yo sabía exactamente lo que significaba
él podía andar en bici sin tomar el manubrio
él traía pizza y película para cenar
él nunca me regaló flores
él me regaló un fósil
él apareció un 14 de febrero junto con una manita de la suerte que decía "el amor anda cerca"
él decía que yo estaba bien horneda y él a medio hornear y que sus lunares eran de chocolate
él me llevó al puerto
él me pidió que no me fuera
él también
él no dijo nada
él tampoco
él no se quedó

viernes, 28 de mayo de 2010

Para grabar en mi pared

Los filósofos que han especulado sobre la significación de la vida y el destino del hombre no han notado lo suficiente que la naturaleza se ha tomado la molestia de informarnos sobre sí misma. Ella nos advierte por un signo preciso que nuestro destino está alcanzado. Ese signo es la alegría. Digo la alegría, no digo el placer.
El placer no es más que un artificio imaginado por la naturaleza para obtener del ser viviente la conservación de la vida; no indica la dirección en la que la vida es lanzada. Pero la alegría anuncia siempre que la vida ha triunfado, que ha ganado terreno, que ha conseguido una victoria: toda gran alegría tiene un acento triunfal.
Ahora bien, si tomamos en cuenta esta indicación y si seguimos esta nueva línea de hechos, hallamos que por todas partes donde hay alegría, hay creación: más rica es la creación, más profunda es la alegría.


H. Bergson

jueves, 13 de mayo de 2010

La imagen arde

Porque la imagen es otra cosa que un simple corte practicado en el mundo de los aspectos visibles. Es una huella, un rastro, una traza visual del tiempo que quiso tocar, pero también de otros tiempos suplementarios -fatalmente anacrónicos, heterogéneos entre ellos- que no puede, como arte de la memoria, no puede aglutinar. Es ceniza mezclada de varios braseros, más o menos caliente.
En esto, la imagen arde. Arde con lo real al que, en un momento dado, se ha acercado (como se dice en los juegos de adivinanzas "caliente" cuando uno se acerca al objeto escondido). Arde por el deseo que la anima, por la intencionalidad que la estructura, por la enunciación, incluso la urgencia que manifiesta (como se dice "ardo de amor por vos" o "me consume la impaciencia"). Arde por la destrucción, por el incendio que casi la pulveriza, del que ha escapado y cuyo archivo y posible imaginación es, por consiguiente, capaz de ofrecer hoy. Arde por el resplandor, es decir por la posibilidad visual abierta por su misma consumación: verdad valiosa pero pasajera, puesto que está destinada a apagarse (como una vela que nos alumbra pero que al arder se destruye a sí misma). Arde por su intempestivo movimiento, incapaz como es de detenerse en el camino (como se dice "quemar etapas"), capaz como es de bifurcar siempre, de irse bruscamente a otra parte (como se dice "quemar la cortesía"; despedirse a la francesa). Arde por su audacia, cuando hace que todo retroceso, que toda retirada sean imposibles (como se dice "quemar las naves"). Arde por el dolor del que proviene y que procura a todo aquel que se toma el tiempo para que le importe. Finalmente, la imagen arde por la memoria, es decir que todavía arde, cuando ya no es más que ceniza: una forma de decir su esencial vocación por la supervivencia, a pesar de todo.
Pero, para saberlo, para sentirlo, hay que atreverse, hay que acercar el rostro a la ceniza. Y soplar suavemente para que la brasa, debajo, vuelva a emitir su calor, su resplandor, su peligro. Como si, de la imagen gris, se elevara una voz: "¿No ves que ardo?".


Georges Didi-Huberman.