jueves, 29 de julio de 2010

Antes de que se acabe julio

Él me dio una caja nueva. Tiene una flor pintada.
No sé si sabía que era justo como la que me hacía falta.
Está lista para llenarse de cosas aún desconocidas.


lunes, 26 de julio de 2010

Canción para día nublado

Había que ponerle un espacio en este blog a esta canción que me encontré dentro de una caja ahora vieja. Es linda.
Favor de adelantar hasta el minuto 1:40.

viernes, 16 de julio de 2010

Conjuro para quitar la sed

Santo Señor de las Aguas
ve y quita tu paraguas,
que llueva, por compasión,
pura agüita de limón;
que caiga una agua endulzada
pero que sea limonada
-y no como el otro día,
que llovió jugo de sandía-.
¡Quítame de este desierto!
¡Duérmeme si estoy despierto!
Abracadabridacabra
remójame la palabra.
¡Ándale, no te hagas maje,
dile a la lluvia que baje!


Poemas de Juguete de Antonio Granados.

La banca estaba caliente

Al fin, el texto que cierra el libro que constituye mi tesis (a menos de que cambie de opinión en las próximas horas). Ahora nada más me falta terminar el texto que lo justifica. Pffff...Se los dejo aquí, está muy ad hoc con la región, aunque tal vez sería lindo ver todo el libro completo. De alguna forma, ahí la llevamos.
¡Vamos, tesis, vamos!


La banca estaba caliente.

(Alguien, quien aseguró verlo, escribió que el desierto era un niño llorando.)

Lloró tanto que ahora estaba seco y quieto.
Por eso no lo reconocí.
Tampoco él a mí. En cambio me nombró “la loca de la cajita”.
Sobre la banca encontré un lugar para mis piedras dentro de la mochila y partí.

(Otro le respondió que el tiempo no cambia de lugar. Tenía razón.)

Los zapatos apretados. Las llaves de mi padre cuando volvía de trabajar.
El olor a carne asada. Mi madre gritando “la ropa” cuando empezaba a llover. Lucía y Ana debajo de una cobija:

las hojas en blanco
las lagartijas en la mano
las nubes corriendo
el sol derritiendo una crayola azul
los closets eternos
los bailes en el pasillo
el olor a tierra mojada
las piedras entre los dientes
Carmen buscando tarántulas
las cajas de cartón
las carreras de tortugas
los pasteles de fresas
los paseos al videocentro
las gorras de baño
los cuentos de marcianos y frutas doradas
las clases de inglés
los pepinos cocidos
la limonada caliente
resbalar con calcetines
los días de pic-nic
las cosquillas de catarinas
la barda que mandaron pintar
la pared que tapizaron
la que se quedó igual
el autobús tres
la ventana por donde nadie pasaba
la manguera verde
el arcoris bajo la manguera verde
las cheeseburgers
los domingos
las seis de la tarde

jueves, 15 de julio de 2010

Habitar...sin miedo

Hablaba hace unos días con una gran amiga, que estudia la maestría en una pequeña ciudad del Reino Unido, sobre sus posibilidades de radicar allá indefinidamente; los pros y los contras. Ella dijo: es tan fácil vivir acá, es que aquí sí puedes habitar realmente. Viniendo de una arquitecta especializada en urbanismo decidí tomar muy en serio su opinión.
(Como me escribió otro querido amigo: back to before, de vuelta a lo mismo tema de siempre).
Cavilaba qué tan difícil resultaba habitar un lugar tan inhóspito, como el desierto para unos o el DF para otros, en mi caminata vespertina.
Salí por el pan. La panadería: a 2 kilómetros de la casa de mis padres (uno de ida y otro de regreso). No sé cuántos grados, la resolana a todo lo que daba, piedras, lagartijas, hormigas y una que otra troca con trabajadores que aparentemente no habían visto a una mujer así de guapa en shorts (aplausos).
De pronto escuché pasos detrás de mí e inmediatamente giré para asegurarme que no corría peligro. Instinto defeño. Era una persona que también había escogido viajar a pie y que me rebasó ágilmente al notar mi desconfianza.
Habitar, me pregunto cómo es que el miedo hace inhóspito o no un lugar, si el miedo frustra mi deseo de habitar, como ya lo he permitido tantas veces. Y ni siquiera tiene que ver con estar en un lugar inseguro. La misma noche de ayer no pude dormir en la comodísima cama que me han prestado mis padres, más grande incluso que la mía, en este lugar absolutamente tranquilo (quizá el más de todo el norte gracias a que el gobernador es priísta y tiene un suegro supuestamente narco). No pude dormir porque tenía miedo. Tenía miedo del silencio. De dormir sola en una casa protegida por alarma. Tenía miedo de que la alarma se activara por un descuido mío en medio de tanta calma y que no pudiera dormir el resto de la noche.
Considero que el verbo “dormir profundamente” pertenece al conjunto de “habitar”. También saborear ricamente, contemplar por la ventana, limpiar, caminar descalza, hornear, leer, caber, acariciar, ordenar, desordenar, reordenar, regar, regresar del pan, encontrar las cosas en la oscuridad, pegarse en el dedo chiquito del pie, compartir té y correr por la ropa del tendedero cuando otro grita “está lloviendo”.
Entonces seguí caminando, ligeramente avergonzada de mi reacción ante el sonido de unos pasos que no eran los míos, preguntándome cuándo iba a darme la oportunidad de habitar (completamente), cuando encontré una piedrita blanca con verde grisáceo. Debajo estaba un insecto que asustado corrió a buscar otra sombra. La tomé y guardé en mi bolsillo, donde ya guardaba otras 6 diferentes. Regresé a casa, comí pan con leche, acicalé mis nuevas piedras y me puse a escribir.
“Encontrar un lugar para las piedras” debería estar en la misma lista también.
Una canción del disco que se quedó en el auto de mi madre.
No se aceptan comentarios negativos de Rosana, tengo la impresión de que ella sí que sabe disfrutar de la vida. O de qué otra manera se justificaría su gordura.

lunes, 12 de julio de 2010

Superficies rugosas

Me he quedado sin palabras. La tesis no sale, ni cualquier otra cosa que tenga que ver con escribir. Tengo una bola de sensaciones atoradas en la punta de la lengua. Bonitas, raras, nuevas, emocionantes, sosas y conocidas. Pero -sobretodo- rugosas, tanto que no fluyen. Esta tarde en mi frustración me puse a humear entre los libros de mi mamá y, como siempre me sucede, encontré la opción justa. Claudia Berrueto con su Polvo doméstico.

Casa

Aquí me machuco los dedos, parto velozmente la carne, cuelgo la ropa en cuerdas de alta tensión, abro las ventanas y las cosas perdidas vienen a mi encuentro.

Aquí aprendí a alterarme las pestañas con una cuchara vieja para cargarlas de nylon frente a los espejos, a esconderme bajo los sillones para evitar palizas. Aquí cambié de nombre, comí pastel con restos de números de cera y tendí mi brazo para inyectarme curas temporales; aprendí a bailar y a recibir parientes embalsamados por manos extrañas, aquí abracé a mis abuelos y lloré hasta el desmayo.

Aquí duermo con la imagen de un mar que me cubre.
Aquí nombro cosas que la muerte no entiende.

Aquí canto en mí.