martes, 9 de agosto de 2011

McDonald's

Dice mi consentido Herbert, puesto que yo no escribo ya nada:

Nunca te enamores de 1 kilo
de carne molida.
Nunca te enamores de la mesa puesta,
de las viandas, de los vasos
que ella besaba con boca de insistente
mandarina helada, en polvo:
instantánea.
Nunca te enamores de este
polvo enamorado, la tos
muerta de un nombre (Ana,
Claudia, Tania, no importa,
todo nombre morirá), una llama
que se ahoga. Nunca te enamores
del soneto de otro.
Nunca te enamores de las medias azules,
de las venas azules debajo de la media,
de la carne del muslo, esa
carne tan superficial.
Nunca te enamores de la cocinera.
Pero nunca te enamores, también,
tampoco,
del domingo: futbol, comida rápida,
nada en la mente sino sogas como cunas.
Nunca te enamores de la muerte,
su lujuria de doncella,
su servicia de perro,
su tacto de comadrona.
Nunca te enamores en hoteles, en
pretérito simple, en papel
membratado, en películas porno,
en ojos fulminantes como tumbas celestes,
en hablas clandestinas, en boleros, en libros
de Denis de Rougemont.
En el speed, en el alcohol,
en la Beatriz,
en el perol:
nunca pero nunca te enamores de 1 kilo de carne molida.

Nunca.

No.

Hay pocas cosas que necesito...

y (a diferencia de San Francisco) las pocas cosas que necesito, las necesito mucho:

*una ventana grande
*té
*cielo arriba de mi cabeza
*un sillón
*conversar
*mermelada importada
*atención
*dos pies
*dos ojos
*ropa verde
*flirtear
*mi gente
*una mac con internet