martes, 9 de agosto de 2011

McDonald's

Dice mi consentido Herbert, puesto que yo no escribo ya nada:

Nunca te enamores de 1 kilo
de carne molida.
Nunca te enamores de la mesa puesta,
de las viandas, de los vasos
que ella besaba con boca de insistente
mandarina helada, en polvo:
instantánea.
Nunca te enamores de este
polvo enamorado, la tos
muerta de un nombre (Ana,
Claudia, Tania, no importa,
todo nombre morirá), una llama
que se ahoga. Nunca te enamores
del soneto de otro.
Nunca te enamores de las medias azules,
de las venas azules debajo de la media,
de la carne del muslo, esa
carne tan superficial.
Nunca te enamores de la cocinera.
Pero nunca te enamores, también,
tampoco,
del domingo: futbol, comida rápida,
nada en la mente sino sogas como cunas.
Nunca te enamores de la muerte,
su lujuria de doncella,
su servicia de perro,
su tacto de comadrona.
Nunca te enamores en hoteles, en
pretérito simple, en papel
membratado, en películas porno,
en ojos fulminantes como tumbas celestes,
en hablas clandestinas, en boleros, en libros
de Denis de Rougemont.
En el speed, en el alcohol,
en la Beatriz,
en el perol:
nunca pero nunca te enamores de 1 kilo de carne molida.

Nunca.

No.

Hay pocas cosas que necesito...

y (a diferencia de San Francisco) las pocas cosas que necesito, las necesito mucho:

*una ventana grande
*té
*cielo arriba de mi cabeza
*un sillón
*conversar
*mermelada importada
*atención
*dos pies
*dos ojos
*ropa verde
*flirtear
*mi gente
*una mac con internet

viernes, 15 de octubre de 2010

¿Cinco por cinco? *

I. De la periferia
Hace tres años y medio que volví a vivir a mi casa de Atizapán, en la Zona Metropolitana de mi querido DF. Hace tres años y medio que me la paso quejándome de lo fea que es esta región, de lo mucho que amo la gran urbe. Hace el mismo tiempo que cada diciembre digo "ahora sí, este año que viene me mudo a la ciudad".
Sucede que ayer, mientras subía hacia mi casa (sí, una de las tantas diferencias con el DF es que aquí no es un valle; hemos poblado los cerros con montones de casas grises, las más, blancas, amarillas, moradas, naranjas, azules. Desde mi cuarto se ve una, en la colonia de a lado, roja con una coca-cola gigantesca pintada junto a la ventana) me di cuenta de lo mucho que estaba disfrutando llegar a mi espacio. Contemplé las lucesitas de los varios cerros que ya se empezaban a encender, esquivé los baches de siempre, le gané a los trailers que cuando frenan tardan tanto en volver a acelerar, abrí la ventana del coche y no olía a basura (olía a estiercol), aspiré profundamente y dije "¡oh! qué bella es la vida en los suburbios".


II. El ombligo
Hace mucho tiempo escribí que sentía un gran hueco en el ombligo y que había intentado rellenarlo con piedras, pero éstas sólo lo hicieron más grande. Así fue mi sentir. No sabía que era tan sencillo de llenar con algo mucho más hermoso: panes. Panes, panes y más panes. He horneado chiquitos, grandotes, blancos, quemados, chuecos, redondos, cuadrados, integrales, dulces, salados.
No me di cuenta de cómo llegué ahí. Hacer panes me ordenaba todo por dentro así que continuaba horneando más y más. Simplemente sucedió que un día ya me salían suficientemente buenos como para venderlos. Probé afuera de la Corpus Cristi (iglesia diseñada por Barragán en Las Arboledas, famosísima para el que guste de la arquitectura), pero no me cayeron tan bien las beatas jetonas. Entonces decidí ir a vender a mis vecinos.
Por supuesto que como buena vecina que odiaba su colonia y siempre se la pasaba en el centro o sur de la ciudad me di cuenta que no conocía a nadie (a excepción de los changos y los norteños, pero eso no cuenta porque no puedo distinguirlos entre ellos: ni a los changos, ni a los norteños). Claro que esta situación no me limitó. Me bañé, me puse mis mejores ropas y mis zapatos más cómodos y me fui a recorrer mi calle tocando de puerta en puerta a ofrecer un rico pan casero.
Lo que resultó después de tres semanas de venta, además de las ganancias, fue que conozco ahora a casi todos mis vecinos (los buena onda, los mala onda, los gorditos -clientes seguros- y los payasos que se ponen a dieta) y los vecinos me conocen a mí. Me gusta. Me gusta saber los nombres y rostros de los que por aquí habitan. Las casas-fortalezas con interphone se volvieron lugares cálidos. Y mi casa solitaria, el número tres, donde da vuelta la calle, la de la jacaranda y el tope, se volvió una referencia bonita: la casa de la niña que hace el pan.
(Sin comentarios: soy taaaaaaaaaaaaan traga-años, benditos genes)

III. La fuerza centrípeta
Es extraño como después de tanto tiempo siento este arraigo por mi casa. Justo ahora que todos se van. Primero mis papás al norte, luego Tere a Italia, después Ani a Alemania y ahora Lucy a Italia también. Chía gruñó, giré a verla y le dije "Chii, tú y yo, como debió ser". Se sentó y me dio la pata, creyendo que le iba a dar de mi desayuno. (Tomaré eso como un sí, pensé).
Ahora ya no puedo esperar para que llegue diciembre. Todos estarán de regreso y yo tendré el honor de recibirlos, de decorar la casa, de hornear mucho para que esté calientita. Siempre fui la de enmedio, pero apenas ahora me doy cuenta de mi función, de mi lugar al estar en el centro y al quedarme en el mismo punto.
Estoy emocionada por este invierno. El frío y la casa sola ya no me asustan.
Todo a partir del pan.

IV. Una rolita de Natalia:


*R= ¡Navidad!...Cinema Paradiso, ¿qué pasó, cinéfilos?

viernes, 10 de septiembre de 2010

Sol de otoño

Siempre me causó una especie de escalofrío. Será el anuncio, como casi una advertencia, de que se acerca el fin de otro año. No estoy segura de donde venga esa sensación, pero respirar la luz de otoño siempre tuvo en mí el mismo efecto.
Hoy no dejo de relacionarla con la muerte de mi abuelo que, a diferencia del tiempo, llegó sin previo aviso.
La gente grande deja huecos enormes. No hay duda de eso.

Siento mucho la pérdida de la familia Guerrero. Las quiero y les mando un abrazo hasta donde esté cada una.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Sobre las cosas a las que renuncié...

(...las que se fueron solas, las que se fueron acompañadas, las que desee que volvieran, las que olvidé que se hubieran ido, las que llegarán y las que -eventualmente- regresarán)

Uf. Ópera en vivo de fondo. Y una que espera no hacer más drama del necesario. Pero así no se puede.
Hace apenas unos días me di cuenta que mi cuerpo se sentía enfermar por cualquier mínimo esfuerzo extra que realizara, como pararme pararme media hora antes, dormirme una después, nadar una vuelta más en la alberca. Hoy por fin encontré la causa: tesis. O mejor dicho casi-fin-de-tesis. Lo que en un par de años no logré, éste por fin está llegando a su conclusión. Y junto con siete dichosas impresiones he de entregar a La Esme un montón de cosas que me he rehusado a dejar ir. Por miedosa, por terca, porque no sé con qué se llenarán mis cajones una vez que estén vacíos o cómo he de ordenar las cosas que sí se han de quedar.
Es todo un tema: ¿cuál es el lugar de las cosas? No quiero que me suceda como con la caja de negativos, por ejemplo, que he tenido a mitad de mi cuarto por dos años o más, tanto así que olvidé que estorbaba el paso y poco a poco acostumbré a mi cuerpo a rodearla.
Todo fuera como mover una caja, pero ¿qué sucederá con mi cuerpo cuando no tenga caja que rodear? ¿Acaso mis pasos serán más felices? ¿O todo lo contrario?

En alguna película no tan buena, cuyo título no recuerdo:
-Look, there's this guy.
-Oh, there is always a guy.


Mi prima sabiamente dijo la otra noche: "hay que aceptarlo, hay gente de la que simplemente vas a estar enamorada, siempre".
No es que todo el drama se trate de una persona. No temo decir que son varias (aplausos) y, bueno, además La Foto*. Algunas que todavía me hacen temblar al nombrarlas. Y vaya que las nombro. Y vaya que ocupan espacio en mi cajón.
Aunque sea una característica imperativa, no debería ser el objetivo de las cosas sólo el ocupar un lugar en el espacio, como tampoco el de la gente sólo permanecer ahí. Como diría Martin "la cosidad de la cosa", "la utilidad de la obra de arte". Además de estar en un pedestal, en un clavo en la pared, en una caja empolvada, ¿de qué más vas a servir, cosa?
¿O de verdad tengo lugar suficiente, corazón tan fuerte, ovarios tan grandes como para permitirles quedarse dentro como si fuera esto un gran estacionamiento?
¿Cuál es el debido lugar de las cosas?

*Sobre La Foto próximamente un texto aparte.




"Mudanza", 2006.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Cosas que no recomiendo hacer a las 3 AM

Ver tele local
Comer fruta fresca
Aspirar la alfombra
Escuchar a Benny Ibarra
Contar números primos
Depilarse la ceja
Esperar en un aeropuerto
Sacar dinero de un cajero
Terminar una carpeta para el fonca
Percatarse de que la impresora no tiene cartuchos
Ordenar ese cajón al que siempre se teme
Contestar a la pregunta "¿qué voy a ser cuando sea grande?"
Buscar una foto que estoy segura que tenía en ese cajón al que se teme
Encontrar la foto
Volver a esconderla en un nuevo sitio
Hacer un vaciado en resina
Asar chiles
Perder un lente de contacto
Leer a Deleuze
Deshacer un nudo apretado
Salir a prender el boiler del agua
Escuchar a Caló
Llegar a la terminal del norte
Hacer listas...

lunes, 30 de agosto de 2010

Antes de que se acabe agosto

Y llegó el clima de otoño -en agosto- con tanta prisa, mucho antes de lo que esperaba. Amé este verano. Más de lo que pude expresarlo, fugaz como se fue, así lo amé.
Gracias mil a quien corresponda.