jueves, 15 de julio de 2010

Habitar...sin miedo

Hablaba hace unos días con una gran amiga, que estudia la maestría en una pequeña ciudad del Reino Unido, sobre sus posibilidades de radicar allá indefinidamente; los pros y los contras. Ella dijo: es tan fácil vivir acá, es que aquí sí puedes habitar realmente. Viniendo de una arquitecta especializada en urbanismo decidí tomar muy en serio su opinión.
(Como me escribió otro querido amigo: back to before, de vuelta a lo mismo tema de siempre).
Cavilaba qué tan difícil resultaba habitar un lugar tan inhóspito, como el desierto para unos o el DF para otros, en mi caminata vespertina.
Salí por el pan. La panadería: a 2 kilómetros de la casa de mis padres (uno de ida y otro de regreso). No sé cuántos grados, la resolana a todo lo que daba, piedras, lagartijas, hormigas y una que otra troca con trabajadores que aparentemente no habían visto a una mujer así de guapa en shorts (aplausos).
De pronto escuché pasos detrás de mí e inmediatamente giré para asegurarme que no corría peligro. Instinto defeño. Era una persona que también había escogido viajar a pie y que me rebasó ágilmente al notar mi desconfianza.
Habitar, me pregunto cómo es que el miedo hace inhóspito o no un lugar, si el miedo frustra mi deseo de habitar, como ya lo he permitido tantas veces. Y ni siquiera tiene que ver con estar en un lugar inseguro. La misma noche de ayer no pude dormir en la comodísima cama que me han prestado mis padres, más grande incluso que la mía, en este lugar absolutamente tranquilo (quizá el más de todo el norte gracias a que el gobernador es priísta y tiene un suegro supuestamente narco). No pude dormir porque tenía miedo. Tenía miedo del silencio. De dormir sola en una casa protegida por alarma. Tenía miedo de que la alarma se activara por un descuido mío en medio de tanta calma y que no pudiera dormir el resto de la noche.
Considero que el verbo “dormir profundamente” pertenece al conjunto de “habitar”. También saborear ricamente, contemplar por la ventana, limpiar, caminar descalza, hornear, leer, caber, acariciar, ordenar, desordenar, reordenar, regar, regresar del pan, encontrar las cosas en la oscuridad, pegarse en el dedo chiquito del pie, compartir té y correr por la ropa del tendedero cuando otro grita “está lloviendo”.
Entonces seguí caminando, ligeramente avergonzada de mi reacción ante el sonido de unos pasos que no eran los míos, preguntándome cuándo iba a darme la oportunidad de habitar (completamente), cuando encontré una piedrita blanca con verde grisáceo. Debajo estaba un insecto que asustado corrió a buscar otra sombra. La tomé y guardé en mi bolsillo, donde ya guardaba otras 6 diferentes. Regresé a casa, comí pan con leche, acicalé mis nuevas piedras y me puse a escribir.
“Encontrar un lugar para las piedras” debería estar en la misma lista también.
Una canción del disco que se quedó en el auto de mi madre.
No se aceptan comentarios negativos de Rosana, tengo la impresión de que ella sí que sabe disfrutar de la vida. O de qué otra manera se justificaría su gordura.

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