miércoles, 17 de junio de 2009

Ayer se murió una paloma en mi mano.
Era pequeña. Estaba sobre el pavimento, temblaba y se acurrucaba en ella misma. Yo bajaba la calle camino a la alberca. Oscurecía y aire amenazaba con llevarme, por fin, a mí también lejos del suelo. Creí que tendría un ala rota, así que la tomé con las dos manos y caminé hacia la casa. Pero a los cuatro pasos se agitó de tal forma que terminé por acomodarla sobre un pasto crecido. Y ahí comenzó a aletear, a abrir su pico y a cerrarlo una y otra vez hasta que dejó de hacerlo. La volví a tomar (Palomita, no te mueras). Se movió una vez más.

Nunca había visto a nadie morir así, tan de cerca. Solía siempre llegar demasiado tarde.

Extendió sus alas sobre el verde, su pico abierto se cerró al tiempo que sus ojos. Yo estaba perpleja: fue dolorosamente hermoso.

3 comentarios:

s. s. dijo...

sospecho que algo pasa.
desde hace días me encuentro, en camellones o parques, cadáveres de aves. Ayer fue el colmo, casi en medio de la calle estaba tirado un nido lleno de alas; era como la escena del crimen ya sin el muerto.
Algo pasa.
me entristece.

Margarita dijo...

Burke dice que sólo hay dos momentos donde se asiste a lo sublime: la experiencia erótica y la muerte. En ambas se funde lo finito y lo infinito.

Ana dijo...

=(
contaminación, cambio climático---> fin del mundo